Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

martes, 8 de enero de 2013

Problemas geográficos

Tengo un serio, serio problema con la geografia urbana. Ciertos puntos de la ciudad son verdaderos Triángulos de las Bermudas que tienen el poder de hacer que pierda completa y vergonzosamente el sentido de la orientación. Ocurre principalmente cuando el habitual trazado cuadricular de las calles es alterado, por ejemplo, por arbitrarias diagonales las cuales, estoy convencida, fueron diseñadas de esa manera con el único propósito de dificultarme de sobremanera la llegada a destino.

Recién llegada de Japón justificaba mi desorientación con el desgaste natural que 5 años de vivir fuera del país habían hecho en mi memoria poco prodigiosa. Pero a 2 años de estar de vuelta en la ciudad que me vio nacer y crecer debo reconocer que lo mío es un verdadero problema y paso a ejemplificar.

Hoy debía pasar por el departamento de mi hermana a regar las plantas en su ausencia. Ningún problema. Siendo que literalmente vivimos a 5 cuadras de distancia me quedaba de camino a casa. Llego con el subte a la estación Los Incas y casi automáticamente empiezo a caminar. No tenia dudas de hacia donde me dirigía puesto que  muchas veces había hecho el recorrido. Me advierten de mi llegada a destino la obvia intersección de las calles pero mas que eso el inconfundible epígrafe en una de las paredes de la esquina de la casa de mi hermana donde un novio despechado o ferviente admirador hace alusión a las practicas amatorias de una tal “Celeste”. Llegar llego sin inconvenientes. Puedo llegar a vacilar unos minutos o incluso desviarme un par de cuadras a la hora de retomar el camino a casa pero finalmente logro encaminarme. El verdadero problema se presenta cuando, como hoy, cambio el recorrido y decido pasar, por ejemplo, por el chino que queda a mitad de camino entre lo de mi hermana y yo. Ahí ya pierdo todo sentido de la orientación y no hay punto de referencia que me sirva como guía. Y todo por la maldita Av. Álvarez Thomas que justo a esa altura corta diagonalmente el barrio del Villa Urquiza. Camine unas cuantas cuadras de mas hasta que finalmente llegue a lo del chino. Estaba cerrado. Lo maldecí en mandarín.

Ahora bien, si me cuesta orientarme en mi ciudad natal, una ciudad donde todas sus calles tienen nombre y altura, complicados por no decir terriblemente arduos fueros mis primeros tiempos en Japón donde las calles carecen por completo de nombre y numeración. Verán, ocurre que en Japón las calles son simplemente el espacio vacío entre manzanas, no tienen identidad alguna. No es que los japoneses vivan en un limbo postal sino que utilizan un sistema diferente para estructurar sus ciudades. En Japón las direcciones están compuestas de 3 números: el primero indica el distrito, el segundo la manzana, y el tercero el edificio o casa dentro de la manzana. Como si esto no fuera un infierno en si mismo, las calles alejadas centro parecen haber estado diseñadas por algún japonés que albergaba un manifiesto resentimiento hacia sus compatriotas. Zigzaguean caprichosamente, se cortan en lugares insospechados, salvo las avenidas carecen de veredas y, en su gran mayoría, son de doble circulación pero demasiado estrechas como para posibilitar el trafico en ambos sentidos. Las caprichosas formas de las calles niponas son un reto en si mismas y, doy fe, desconciertan hasta a los japoneses mas experimentados.

Pregúntenle a un japonés cómo llegar a un lugar y las indicaciones que recibirán se limitaran a informarles los minutos que se tarda a pie desde algún punto de referencia como ser un centro comercial, un edificio emblemático o la estación de tren mas cercana.

Recuerdo mi primer experiencia en intentar ubicarme en Japón. Fue al segundo o tercer día de haber llegado, cuando tu organismo todavía no termino de procesar las 36 horas de vuelo y las 12 horas de diferencia que hay con Argentina.

Entre los innumerables tramites que hay que realizar como estudiante internacional al ingresar a Japón esta el concurrir a la municipalidad mas cercana para solicitar algo así como el DNI para extranjeros. Los japoneses no dejan nada librado al azar y todo esta meticulosamente detallado. Así fue como de la oficina de estudiantes internacionales de la universidad recibimos prolijas instrucciones de cómo, cuando y donde hacer el tramite. Para mi desconcierto y pánico no había en la hoja ninguna otra indicación de cómo llegar mas que la estación de tren mas cercana, los minutos a pie que se tardaba en llegar y 3 grupos de números que en ese momento visionariamente juzgue de totalmente inservibles ya que nunca lograron cobrar ningún sentido a lo largo de toda mi estadía en Japón. No tengo ni la menor idea de cómo llegar, pensé, mientras con horror me percataba que tenia hasta ese mismo viernes a las 3 de la tarde para realizar el condenado tramite. Un grupo de estudiantes rusos a los que les informaron de la necesidad de realizar esta gestión en el mismo momento que a mi, me invitaron a ir con ellos el lunes siguiente. Era viernes y, me explicaron, ellos empiezan a tomar vodka en el desayuno con lo cual no podían garantizar su postura vertical pasado el mediodía. Ante el temor de ser expulsada del país por el mismísimo emperador si dejaba el tramite para la semana entrante, en mi mejor ruso decline amablemente su ofrecimiento, junte coraje y me fui sola.

A la estación de destino llegue relativamente sin problemas y con tiempo mas que necesario antes que la municipalidad cierre (1 hora). Las instrucciones decían “caminar 20 minutos hacia el norte”. Creo que ni con una brújula encuentro un punto cardinal pero me rehusaba estoicamente a solicitar ayuda primero porque no había mucha gente deambulando y segundo porque me daba mucha vergüenza mi japonés prehistórico. Camine en vano como por 20 minutos buscando alguna indicación, algún cartel, ALGO que me diera un indicio de hacia donde podía estar la bendita municipalidad. Pero nada.

Después de dar muchas vueltas, cansada y un tanto alarmada por el tiempo transcurrido, decidí pedir ayuda a la primera persona que apareciera. Mi primer intento fue con una japonesa que venia de hacer las compras a juzgar por la cantidad de bolsas de supermercado que acarreaba. “Perdón señora…”, la encare tímidamente, pero debería de tener problemas de audición porque me paso como poste, para hablar mal y pronto. Tengo que hablar mas fuerte, reflexioné. En eso veo un japonés de traje que caminaba apurado para llegar a algún lado. Que suerte, va a la municipalidad como yo, pensé. “Perdón señor…” solo atine a decir y el hombre me saco como una cuadra de distancia sin siquiera darse vuelta para verme. Blasfemando contra mi primitivo japonés veo que se acerca una chica con una nenita de la mano. “Perd…” y eso fue todo lo que logre balbucear. Al ver que me acercaba la chica había alzado a la nenita en brazos, había cruzado la calle y ahora se alejaba casi al trote por la vereda contraria. Tiempo después fui informada que en las afueras de las ciudades que no son muy cosmopolitas (como Kyoto, por ejemplo, donde yo residía) los vecinos no están acostumbrados a toparse con extranjeros y, ante el temor que les hablen en ingles y no poder contestar, prefieren escabullirse sin saber que lo hacen sentir a uno para el mismísimo ojete.

Me dejé caer en un banco. Mire la hora. Tenia 20 minutos para llegar a la municipalidad y así evitar mi deportación definitiva. Con la mirada fija en la hoja con las instrucciones empecé a sentir como se me cerraba la garganta, se me aceleraba el corazón y se me acumulaban los fluidos en la comisura de los ojos. Oficialmente estaba entrando en pánico. Cuando estaba a punto de romper en llanto escucho algo en un japonés totalmente inteligible. Levanto la vista y veo una viejita de como 150 años parada al lado mío con la mano extendida. Me estaba ofreciendo un pañuelo. Le hago señas de que no, gracias, y antes que pudiera decir nada la viejita se sienta al lado mío y me señala la hoja con las instrucciones. Me vuelve a decir algo y maldecí no haberle dedicado mas horas al estudio de esta lengua.

En eso la viejita se para y me hace señas que la siga. No tenia mucho mas que perder así que la seguí. Mientras caminábamos la viejita me seguía hablando. Yo solo atinaba a afirmar con la cabeza lo que decía. Podría haber estado haciéndome las propuestas mas indecentes que a todo yo le respondía con un involuntario “si”. Ya no me importaba nada. Total, en un par de días mas me expulsarían de Japón junto a mis amigos rusos. Cuando empezaba a amigarme con la idea de estar desayunando con vodka en alguna plaza de Moscú, la viejita se detiene. Me vuelve a decir algo y apunta con su dedo índice hacia un edificio. La municipalidad! Esta santa mujer me había llevado hasta la municipalidad! No tenia palabras (literalmente) para agradecerle. La hubiera abrazado si no habría sido porque sabia que los japoneses son un tanto reacios al contacto físico (les desagrada de sobremanera).

Me despedí de la viejita con una reverencia de 180 grados y entre corriendo a la municipalidad. Llegue 5 minutos antes que cerrara y pude hacer mi tramite.

Desde ese momento comprendí que en Japón no se podía salir a la calle sin un mapa. Esa misma tarde me tatué uno en la mano. Nunca supe de la fortuna que corrieron mis amigos soviéticos. En lo que respecta a mi, nunca mas me perdí.

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