Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

sábado, 12 de enero de 2013

Demografía japonesa

Los demógrafos (gente que la tiene muy clara en cuestiones demográficas) clasifican a la pirámide poblacional de Japón como “regresiva”, esto es, hay mas viejos que jóvenes. Y como si fuera poco sentencian “se espera que para el 2030, la población japonesa de más de 65 años de edad represente un 25.6% del total de habitantes”, lo que no es un dato menor. A mi, Primer Ministro de Japón, me sacaría en sueño. No hay que ser catedrático de Harvard para entender las razones que subyacen a esta realidad: los japoneses viven mas que Matusalén y no dan intervención a sus parejas en la satisfacción de sus instintos carnales (lo que ha engendrado una lucrativa industria pornográfica, pero este es un tema para otra entrada).

Dicen los que saben, que la razón que subyace a la longevidad del pueblo nipón es su sana alimentación. Y si de alimentos sanos se trata, los japoneses no se cansan de exaltar las bondades del natto, que consiste en poroto de soja fermentado. Lo consumen principalmente en el desayuno pero lo he visto también como acompañamiento en los almuerzos. Si la descripción del natto suena de por si repugnante, el sabor y el olor son infinitamente mas inmundos. Aún así no hay japonés que se resista a la tentación de instar a que un extranjero saboree este milagro culinario.

Recuerdo mi primer viaje a Japón (me fui sola de mochilera a recorrer el país durante un mes). Una encantadora familia amiga me invito una noche a quedarme a dormir en su casa. Me llenaron de atenciones y regalos a tal punto que me sentí como si fuese la reencarnación misma de Buda. A la mañana siguiente estaba lista para firmar el acta de adopción. Hasta que me enfrente a la mesa del desayuno. Y ahí lo vi. El legendario natto del que hasta ese momento solo había leído en libros de viajeros, me estaba mirando con desafiantes ojos color fermento. “Es muy muy bueno para la salud, Paula-san”, me decían y hacían ademanes para animarme a comer. Paralizada, los contemplaba enroscar los hilos de fermento en sus palitos y llevárselos a la boca. La repugnante escena y el penetrante olor nauseabundo del natto me despojaron de cualquier deseo de ingerir alimento alguno. “Gracias, solo café para mi, por favor”, amablemente conteste.

Durante todo el viaje tuve la cámara adosada al cuerpo y, como poseída por el espíritu de Nikon, le sacaba fotos a prácticamente cualquier cosa. Hasta que me percate de algo: “donde están las embarazadas y los niños pequeños en este país?”. Y fue entonces que decidí comenzar a documentar estos furtivos encuentros. De las 3000 fotos que traje de Japón, debo tener algo así como 2 de mujeres encinta y de una de ellas aun hoy estoy en duda (creo que a la pobre solo no la favoreció el ángulo). Y algo similar ocurría con las criaturas. Si bien era considerablemente mas habitual toparse con un japonesito por la calle no abundaban y muy rara vez se los veía en grupo. Temiendo el encarcelamiento por sospecha de depravación, contuve mi fascinación por los niños japoneses y solo les tome algunas fotos. Al día de hoy aun no puedo identificar cual es mi favorita.

No se muy bien a que se debe mi debilidad por los niños asiáticos. Sera que me rememoran mi propia infancia cuando mi madre me apodaba “chinita” por mis ojos rasgados. De grande fui perdiendo mi encanto asiático (entre otros) y si no fuera por mis desproporcionados segundos dedos del pie, antiestético estigma heredado de mi padre, hace rato que habría pedido explicaciones al tintorero del barrio.

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