Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Navidad 2012

El barrio de Villa Urquiza fue uno de los tantos elegidos barrios porteños que tuvieron el privilegio de pasar una Navidad “diferente”, para expresarlo de una manera poética y enigmática (no me gusta el autobombo pero nótese por favor como a tan solo 2 clases de asistir a un taller de escritura narrativa ya hago uso de recursos literarios dignos de un escritor avezado). Miles de vecinos en la ciudad esperaron a Papa Noel a la luz de las velas no porque hayan sido victimas de una sobredosis masiva de romanticismo navideño sino porque lisa y llanamente se quedaron a oscuras. Al menos en mi barrio la luz se corto el 24 por la tarde y regreso a la madrugada del 25 para cuando el hombre gordo y sus renos ya estaban de vuelta en el Polo Norte.

Como si la situación de la falta del suministro eléctrico no fuera anárquica por si sola desde las tempranas horas del día los medios de comunicación, con un evidente dejo de macabro deleite, repetían hasta el hartazgo que la sensación térmica en la ciudad de Buenos Aires era cercana a los 50 grados.

No me amedrentan los números de un termómetro y mucho menos el escandalo mediático. Sumado esto a que soy una persona que odia profundamente el invierno y que debe usar camiseta, guantes y doble par de medias 8 meses al año, no dude en abrir de par en par los ventanales de mi departamento al levantarme para dejar que el espíritu navideño inundara mi hogar. Efectivamente algo entro por la ventana. Una sofocante bocanada de un aire denso y pegajoso que hizo que inmediatamente la sangre me entrara en ebullición. Si este es el espíritu de la Navidad, pensé, encabezo la junta de firmas para declarar a Papa Noel persona no grata. Así fue que con el mismo movimiento con que la abrí, cerré abruptamente la hoja de vidrio y por las dudas la asegure con la traba no sea cosa que se volviera a abrir.

Debido a que el 24 es el cumpleaños de mi madre, la tradición de mi familia es pasar la Navidad en la casa de mis padres. Por lo general con mis hermanos vamos temprano a pasar el día con ella mientras colaboramos en el armando del menú de Nochebuena. Creo que ante el riesgo de tener que internar a sus 3 hijos con un cuadro deshidratación severa en las vísperas de Navidad, este año nuestro padre se ofreció a pasarnos a buscar en auto por nuestras respectivas casas cuando bajara un poco el sol y así obviarnos el penoso viaje en colectivo.

Ya que me había levantado temprano y me iba a quedar en casa hasta el atardecer, me propuse entonces hacer del ultimo Feriado Puente Turístico del año un día productivo. Mis planes consistían en ocuparme de esas tareas que uno perezosamente posterga a lo largo del año como ser el limpiar la libreta de contactos, ordenar los mp3 del iPod y escribir a aquellos amigos lejanos en los cuales siempre se piensa pero nunca se tiene tiempo de dedicarles 2 líneas.

Mi departamento no era el infierno de la calle – haría 3 grados menos – pero de todos modos decidí refrescarme antes de sentarme delante de la computadora. Al salir del baño, en un inusual ataque de conciencia social ecológica, me apiade de mis plantas y me dije – si yo tengo calor, ellas también deben tenerlo – con lo que comencé a darles agua. Era tal el estado de agotamiento que sentí al terminar de regar la ultima (tengo 3) que aun con la pava que hace las veces de regadera en la mano, me desplome, inerte, en el sillón. Y así, hechando por la borda cualquier intencionalidad productiva previa, casi en estado vegetativo permanecí hasta que mi piadoso padre me paso a buscar.

A pesar de vivir a menos de 30 cuadras de distancia, en la casa de mis padres no se había cortado la luz y ya bajo los gélidos efectos de un aire acondicionado los seres humanos recobramos los sentidos y parecemos renacer. Cenamos, charlamos, nos reímos, a las 12 brindamos e intercambiamos regalos. Al terminar la noche me tuve que poner un saquito pero no me importo. Mucho mas frio sentía en Japón cuando pasaba mis Navidades sola a 18.000 km de distancia. Con o sin luz, con o sin aire acondicionado, esta Navidad fui nuevamente feliz. La pase con las 4 personas que mas amo en el mundo: mi familia.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Migraciones


Vivo en Capital Federal, en el barrio de Villa Urquiza, y por esas jocosas chanzas del destino mi actividad laboral se desarrollo en Burzaco, al sur del Gran Buenos Aires. Esto hace que tenga que recorrer 80km a diario para ir y venir del trabajo. Entiendo que para el ojo inhabituado a las dimensiones y distancias en nuestra ciudad 80km no es mas que un inexpresivo numero. Por eso expresémoslo de otro modo. Consumo 5 horas de mi día para trasladarme de mi casa a la oficina y viceversa. Ahora la cosa toma otro color, verdad? 5 horas diarias no es moco de pavo. Es 1 día de mi vida por semana que pierdo solo viajando. Dios! Nunca me había percatado de semejante atrocidad! Muy poco oportuno el momento para hacerlo, por cierto, puesto que no es una conclusión muy motivadora que digamos a la cual despertar un domingo por la tarde en los preludios de una nueva jornada laboral.

En fin. Este tema de la distancia es sin lugar a dudas una realidad soberanamente desmotivante de mi actual trabajo. Debo utilizar 2 y en ocasiones 3 distintos medios de transporte (colectivo, subte y combi) para llegar a destino. Familiares y amigos con las mejores intensiones (Dios los bendiga a todos ellos) me han tratado aconsejar respecto a como poder pasar mejor/aprovechar ese tiempo “muerto”: “Podes leer, escuchar música, escribir, o simplemente disfrutar del paisaje”. Sugerencias validas todas ellas, sin lugar a dudas. De hecho me cruzo a diario con mucha gente en los medios públicos de transporte compenetrada en estas actividades. Y todos sin excepción son merecedores de mi mas sincera admiración y profundo respeto.

Ocurre que para mi estas aparentes simples y relajantes actividades constituyen todo un reto. Verán, por mas que lo intente mi nivel de concentración sobre un texto en un medio publico de transporte no puedo mantenerlo por mas de 4 o 5 renglones. Suele interrumpir abruptamente mi lectura, por ejemplo, la irrupción de un profundo sentimiento de resentimiento por mis compañeros de viaje que, habiendo subido al colectivo repleto en la misma parada que yo, logran sentarse antes de llegar a primer semáforo. Es conocida la efectividad de la música para aquellas personas que desean alejarse de las preocupaciones diarias y relajar su cuerpo y mente. No soy ajena a estos beneficios de la musicoterapia pero, no me pregunten por que, la música produce en mi curiosos efectos secundarios como ser una incontenible necesidad de experimentar la libertad. Por esa razón, ante el temor de terminar correteando patos en el lago del Planetario, evito escuchar música antes o después de ir a trabajar. En lo que atañe a la escritura, puedo llegar a esbozar en el iPhone algunas ideas que tenga rondando en la cabeza pero esta actividad dura apenas unos pocos minutos ya que generalmente mi ingenio no es muy prolifero en las mañanas y mucho menos luego de una intensa jornada laboral. Respecto al disfrute del paisaje, bueno, digamos que vistas del centro porteño, las autopistas de la ciudad o el Camino de Cintura no son postales que tendría colgadas en la puerta de mi heladera. Por ende que es lo que hago durante mis migraciones diarias? Me entrego sin reparos ni remordimientos a los brazos de Morfeo, uno de mis dioses griegos favoritos sobre todo en las tempranas horas del día.

Ahora bien, alguna que otra vez me ha pasado de observar entre sueños, no sin odio hacia Morfeo y toda la mitología griega, como las puertas del subte se cerraban en la estación en la que se suponía debería haberme bajado. Esto implicaba tener que componerme rápida pero elegantemente para salir de mi estado de sopor sin llamar demasiado la atención y emprender una demencial carrera contra el tiempo a fin de no perder la conexión a la única combi que me deja en horario y a una distancia prudencial del trabajo (no todas hacen el mismo recorrido). Por supuesto que si pierdo la combi que tomo habitualmente otras vendrán detrás pero ocurre que la empresa de mini turismo en cuestión no es muy sensible a las necesidades de su publico cautivo y por ende la frecuencia de sus vehículos no es un tema que les quite el sueño.

En mis ya casi 2 años de estar haciendo este trayecto algunos secretos he descubierto respecto al transporte dentro y fuera de la ciudad. Como, por ejemplo, que por mas infructuoso que parezca hay mas posibilidades de llegar a sentarse en el colectivo manteniéndose firme junto a un asiento ocupado que andar cambiando aleatoriamente de lugar (lección que aprendí de la manera mas cruel); o que por mas que se este en la estación terminal si uno no se para justo delante de donde abrirá la puerta del subte las chances de viajar sentado disminuyen considerablemente; o que el mejor lugar para sentarse en la combi es en el 3er asiento de la fila de 1, lo suficientemente lejos de las molestas conversaciones entre el chofer y los pasajeros deseosos de conversación y justo entre las ruedas delantera y trasera, donde la estabilidad del vehículo es mayor. Toda esta es información adquirida de primera mano y por mas ingenua que suene no hay día que no la ponga en practica. Y bienvenida sea si logra hacer de mis modestas migraciones diarias experiencias un poco mas gratificantes.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Disparadores

Todo tiene un disparador. Siempre hay una causa detrás de todo efecto. En mi caso lo fue (es) la desabrida tristeza que me invade ocasionalmente tras la unilateral decisión de romper mi relación con mi ex. No es que lo extrañe, no es que me haga falta (que te pasa entonces querida?), pero es como que tras el haber roto con el hubiera abierto una maquiavélica mezcla de Caja de Pandora y Arcón de los recuerdos, malos en su amplia mayoría – no es que sea una manifiesta depresiva sino que esta demostrado que el ser humano tiende a recordar mas fácilmente aquellos momentos que le fueron emocionalmente mas duros por sobre aquellos en los que fue feliz (extracto de la revista científica “Acabo de romper con mi novio y me siento para el ojete”). Y es así como últimamente no puedo evitar reflexionar sobre tristes verdades inexorables como ser que en poco menos de 3 años cumplo 40 (y me acabo de quedar 15 minutos mirando el cursor tintinear detrás del condenado numero), que no tengo pareja, que tengo un par de obsesiones mayúsculas (y quien dice un par dice 3 o 4), que me prepare mucho toda la vida pero que no me siento realizada profesionalmente, que vivo en un monoambiente alquilado, que mi vida social es precaria (por no decir abiertamente pobre). Hay veces en que puedo ser una fría observadora de estas álgidas realidades (las observo, levanto los hombros y sigo caminando) y hay veces – particularmente los domingos por la tarde – en que sucumbo ante su peso, no puedo conmigo misma y literalmente me doblegan hasta que lentamente empieza a hacer efecto la cafeína del lunes a la mañana en la oficina.

Hace un par de domingos atrás mi aun fisiológicamente activo instinto de supervivencia hizo que llamara a una de mis poquísimas pero magnificas amigas en busca de una mano que me rescatara de mi catatónico estado. Me arrastre hasta su casa y nos sentamos a tomar un café. Mientras una de estas tormentas de verano mojaba el jardín le conté de mi triste padecimiento. Mi amiga me escucho, se compadeció de mi sufrir y me dijo “Pero déjate de joder nena!” (necesitaba que me sopapearan) “Lo que decís es verdad. Es una cagada estar solo, todos nos vamos poniendo grandes, mañosos y son tocados con una varita mágica los que están conformes con su laburo y pueden vivir de lo que realmente los apasiona. Pero sabes que? La vida va a continuar igual aceptemos todo esto o no, entonces tratemos de pasarla lo mejor que podamos. Agita Paulita! No te quedes. Que te gusta hacer? Que te llena el espíritu? Que te hace cagar de risa? Buscalo y tirate de cabeza”.

Esa misma noche al llegar a casa me senté en la cama con la compu sobre mis piernas y cual quinceañera antes de su gran fiesta, empecé a hacer una lista de aquellas cosas en las que me gustaría incursionar y que hasta ahora no lo había hecho. La lista no era muy extensa (soy humilde de imaginación) pero me sorprendió a mi misma cuando termine de tipear la ultima palabra: escribir. Para ese entonces ya había empezado este blog, mas como recurso terapéutico de descarga que otra cosa. Pero hasta ese momento nunca se me había ocurrido ir un poco mas allá en esto de la escritura.

Escribir me hace bien. Es como que al poner las cosas por escrito las saco de adentro mío, se hacen palpables, están ahí y entonces las puedo enfrentar y analizar mejor. Me gusta mucho escribir con sarcasmo y encontrarle el lado humorístico a lo que me pasa. No se si seré muy idiota. Solo se que me hace sentir menos desdichada.

Tal es mi entusiasmo por desarrollar esta veta artística inexplorada en mi vida que a falta de 1, me inscribí en 2 talleres literarios de verano. En uno de ellos me pidieron un mail de contacto y di mi casilla recientemente creada: nuevapaula@gmail.com. El chico que inscribía la leyó en voz alta y me dijo “Nueva Paula, todo un renacimiento” “No se si renacimiento pero una nueva etapa en mi vida seguro que es”, le conteste.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El fin de semana


Mi fin de semana empieza el viernes. Los viernes no necesito la alarma para despertarme y me levanto con un animo totalmente fresco y renovado. Los viernes me tienen sin cuidado las inclemencias climáticas, si el colectivero amigo siguió de largo a pesar de estar con el bondi semivacío, si los metrodelegados no acatan la conciliación obligatoria y deciden no levantar el paro del subte, si tengo que quedarme después de hora en la oficina. El fin del mundo podría ocurrir un viernes y aun así seria para mi el mejor día de la semana. Lejos. Es que los viernes no puedo evitar sentirme progresivamente mejor conforme van pasando las horas y esto ocurre independientemente de los sucesos del día. Y no hay ningún otro día de la semana en que pueda experimentar lo mismo.

Y por que me pasa esto? Bueno, la respuesta es mas que obvia. Los viernes esta todo por hacer. Si uno tiene la suerte de trabajar solo de lunes a viernes, los viernes son la antesala de unas esperadas mini-vacaciones. Como tal, no hay restricciones horarias para acostarse los viernes y uno no tiene uno sino dos días para reponerse de una trasnochada. Lejos esta de ser considerada asidua mi concurrencia a eventos sociales nocturnos los días viernes (o cualquier otro día de la semana que para el caso es lo mismo), con lo cual bien se me podría objetar la razón de mi preferencia por este día pero la verdad es que es mas fuerte que yo. Los viernes son mi día favorito desde que era chica y así seguirán siendo hasta el día en que gane el Loto, me convierta en una multimillonaria viviendo en Marsella tipo Mariana Nannis y ya no tenga ningún tipo de relevancia que día marque el calendario pues mi vida seria una fiesta perpetua. Lo único que pido es conservar medianamente mi (poca) capacidad de raciocinio aunque, pensándolo bien, tampoco seria muy trascendental que digamos ya que, en caso de perderla, contrataría a alguien que pensara por mi y problema solucionado.

Por otro lado, los sábados son memorables. No importa con quien salga o a donde vaya, siempre puedo recordar que hice un sábado. Los sábados son como el relleno de una galletita doble, son puro fin de semana, de principio a fin. Te levantas siendo fin de semana (debo admitir que los sábados a la mañana compiten en simpatía con los viernes), transcurren como fin de semana y terminan con la promesa de mas fin de semana por venir. Los sábados son EL fin de semana por excelencia. A no ser que algo extraordinario ocurra un domingo a la pregunta “Paula, que hiciste el fin de semana” invariablemente respondo con mi actividad del día sábado.

Por lo expuesto, uno podría deducir sin esfuerzos primero, que tengo serias cuestiones con la temporalidad, y segundo que el domingo es para mi el peor día de la semana. Lo primero no me atrevo a discutirlo pero lo segundo no es tan así.  El domingo no es el día que mas me desagrade (gracias a Dios hay muchos lunes que son feriado) pero digamos que no es mi día favorito. Nunca lo fue. Arranca bien. Mañana pausada, almuerzo tardío, sobremesa larga, resultando casi inofensivo hasta que comienza a caer el sol. Pasadas las 5 o 6 de la tarde en invierno o las 7 u 8 de la noche en verano, el domingo se transforma en una angustiante cuenta regresiva que tiene el poder de transportarme en directo y sin escalas al implacable lunes por la mañana. Con los lunes llegan las obligaciones, los horarios, el estrés, la rutina, el llamado síndrome postvacacional. Pero ojo. No odio mi actividad semanal y reconozco que seria mil veces peor si tuviera que quedarme en mi casa mientras el resto del mundo se pone en marcha. Es solo que disfruto tanto de la libertad del fin de semana que arrancar los lunes me cuesta un poco por no decir bastante. Pero luego, una vez que llego a la oficina, prendo la computadora, bajo los mails y entro nuevamente en movimiento, mi realidad toma otro color y a veces hasta me hace sonreír cuando logro sentir que por mas pequeña que sea estoy haciendo mi contribución a la comunidad. Además a todo esto ya transcurrió media mañana, voy por mi segundo café y la promesa de un nuevo viernes esta a menos de 4 días de materializarse.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La Fiesta de Fin de Año


El sábado pasado fue el primer sábado de Diciembre y, como todos los años, la empresa donde trabajo celebro la Fiesta de Fin de Año. Para ser completamente honesta debo confesar que tenia menos ganas de ir que al dentista. Mi única y sobrada experiencia había sido la del año anterior y si bien no había sido una experiencia completamente detestable tampoco me dejo sacando cuentas de cuando seria la próxima.

El primer elemento desmotivador que tiene es la ubicación del bonito centro de convenciones donde se celebra: Camino de Cintura, zona Sur. Si bien se encuentra a 10 minutos en auto de la fabrica, lo cual es extremadamente conveniente para la gran mayoría de los casi 350 empleados que viven en las zonas aledañas, es sumamente incomodo para mi que vivo del otro lado de la Gral. Paz y que no cuento con movilidad propia. Con esto quiero decir que dependo de alguien que me lleve y que me traiga ya que no hay ningún medio de transporte medianamente decente que me alcance hasta el lugar.

Tampoco me entusiasma mucho el menú (aunque debo reconocer que es difícil encontrar un menú que me entusiasme). Se trata de asado por lo que, siendo vegetariana, no hay mucho mas que agregar. Para el deleite de los concurrentes la cartilla de bebidas es bastante amplia – hay una barra libre – pero como no consumo alcohol, este detalle me es completamente indiferente. Además año tras año cometen el mismo error capital que es que en lugar de Coca Cola Zero, sirven la intomable Coca Cola Light (no, no es lo mismo) lo cual es simplemente imperdonable.

Luego esta el baile. No soy un trompo en la pista pero si hay que hacer el aguante lo hago (por la empresa, obviamente!) y salgo a bailar con quien sea. Ocurre que sabe Dios por que razón la única música con la que parece contar el DJ son ininterrumpidos enganchados de cumbia-reggaeton los que tienen la habilidad de taladrarme el cerebro de manera progresiva a lo largo de la noche, o sea, unas 5 o 6 horas. Promediando el final de la jornada, cuando mi agonía musical parece haber terminado, el DJ abandona por unos minutos sus icónicos enganchados y los reemplaza por el aun mas perturbador carnaval carioca. Aun a riesgo de ser considerada un ser antisocial admito sin complejo que no comulgo con el pee pee pee pee pee pee, el cotillón fluorescente y el baile en trencito. Y me rehúso a creer que en el año 2012 con tanto músico talentoso por el mundo los DJs no encuentren algo mejor que hacernos saltar al ritmo de Xuxa.

Pero este año algo fue distinto. No el lugar, porque fue en el mismo lejano centro de convenciones. No el menú, porque se contrato al mismo cocinero. Ciertamente no la bebida, porque la Coca Cola Zero brillo por su ausencia (debería haberlo escrito como sugerencia para el año próximo. Pucha, se me paso!). La música fue levemente mejor aunque no logramos eludir ni el cotillón, ni el fenómeno televisivo brasilero de los 80. Pero a nada de esto quiero hacer mención.

A lo que me quiero referir es a la sensación que por primera vez experimente desde que trabajo en esta empresa y que es que me sentí que soy parte de algo. Sera que hace ya casi 2 años que conozco a esta gente y ellos a mi y, si bien no con todos, con algunos de mis compañeros se han establecido lazos de afecto que refuerzan mi sensación de pertenencia al lugar y me hacen sentir muy bien. Pero esta no es una sensación privativa mía. La necesidad de formar parte de un todo mayor a uno mismo es inherente al ser humano, es una necesidad social que todos buscamos satisfacer para no sentirnos solos.

A la salida siempre reparten un pequeño suvenir de la fiesta. El año anterior regalaron una pizarra imantada y una gorra con visera con el logo de la empresa. La pizarra cuelga en la heladera de la casa de mis padres pero la suerte que corrió la gorra no es de mi competencia. Este año nos dieron un bonito vaso térmico de aluminio que conserve con gusto. Lo puse a mano, junto a los vasos de todos los dias. Se que me va a hacer sonreir cada vez que abra la alacena.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Mi flamante escritorio blanco dinamarqués


Estimados lectores, es un gran placer anunciar que esta entrada esta siendo producida desde la comodidad de mi flamante escritorio blanco dinamarqués.

Así es, el sábado pasado arrastre nuevamente a mi incansable compañera de viaje y madre hasta las afueras de la ciudad (así suena como mas épica la travesía aunque en realidad fuimos hasta literalmente a 1 cuadra del otro lado de la Gral. Paz) a adquirir el susodicho mobiliario. No había mucha gente en el lugar con lo que dar con un empleado que pudiera auxiliarme no fue difícil. Le indico al muchacho cual era el escritorio que quería y le informo que, como no tenia vehículo, deberían enviármelo a casa. Ningún problema. El centro comercial también ofrece el servicio de armado de muebles en domicilio lo cual considere una prestación de primer necesidad en ese momento. Entonces le digo al chico “ah! Y también quiero que me incluyas el armado”. E inmediatamente advertí como se formaba una mueca burlona en la comisura de sus labios que me hizo sentir muy poco perspicaz por no decir completamente inútil. “Mira que es muy fácil de armar, he? Solo necesitas un destornillador. Es importado, dinamarqués, esta muy bien hecho. Viene con un manual de instrucciones muuuuuy básicas. Sabes leer, no?” – falto que agregara. Como no me amedrento ante los retos y con el orgullo herido le respondí corajudamente “Envolvérmelo para regalo y mándamelo a casa”.

Domingo. 12:30 del mediodía. Riiiing, “del flete, señora” (odio que me digan “señora”!). Llego a planta baja y el fletero deposita en la entrada las 2 cajas que contenían mi escritorio en partes. La primera de las cajas, liviana pero incómodamente grande, que contenía las patas de aluminio, no me ocasionó mayores problemas para arrastrarla hasta el ascensor. La segunda, de engañadoras proporciones mas pequeñas, y conteniendo las partes de madera, era infinitamente mas pesada. En ese momento empecé a sospechar que tal vez la idea de hacer esto sin ayuda no había sido una decisión tan inteligente. Pero recordé la mueca burlona del vendedor y rápidamente recupere el coraje que por un instante parecía haberme abandonado.

Ya en el departamento abrí las cajas y con meticulosidad japonesa desparrame el contenido en el piso. Ciertamente había un manual y ni bien lo abro me encuentro con la primer sorpresa. Elementos necesarios: un destornillador – tengo – y un martillo – ups! no tengo (y recordé no sin odio las palabras del vendedor “solo necesitas…”). No tenia martillo. El martillo mas cercano se encontraba a 10 minutos de colectivo – la casa de mis padres. Pero siendo domingo al mediodía y con 32 grados de calor afuera, el salir de casa, ir hasta la parada, esperar el colectivo por una eternidad, y hacer lo mismo para volver, no era un plan muy emocionante, con lo cual empecé desesperadamente a hacer uso de mi imaginación. Cual versión sudamericana de Mac Gyver recorrí el departamento en busca de algún objeto que pudiera hacer las veces de martillo. Probé varias alternativas (una lata de aceite en aerosol - estaba desesperada -, un jarrito hervidor, una sartén) y lo mas contundente que encontré fue una vieja maceta de una planta que esperanzadamente mi hermana me había regalado hace tiempo y que yo me encargue de marchitar en menos de un mes. Envolví la maceta en un repasador y ya estaba lista para enfrentar mi desafío dinamarqués.

El fabricante identificaba a las partes con simples letras (A, B, C…) pero luego usaba complejas combinaciones alfanuméricas innecesariamente largas (de 7 cifras) para referirse a los clavos, tarugos y tornillos. Gente extraña los dinamarqueses, pensé.

El manual profesaba que en 12 simples pasos uno podía perfectamente ensamblar y comenzar a disfrutar del mueble. Doce pasos, a 10 minutos por paso – siendo condescendientes – como mucho en 2 horas debería estar culminada la tarea. Sencillísimo. 

Me tomo 4 horas y media, mucho sudor y una mano chamuscada terminar de armar la maldita cosa. Pero me sentí realizada al verlo erguido en medio de mi monoambiente.

Aun no logro encontrarle el lugar adecuado en el departamento. Una vez leí que los ambientes mas difíciles de decorar son los ambientes únicos y el mío no es la excepción. Pero no importa. Es cuestión de hacerse de un tiempo y jugar con los muebles como si fuesen Rastys (alegorías como estas delatan tristemente mi edad).

Tarde el doble de tiempo del esperado pero me siento orgullosa de mi perseverancia e ingenio. Ahora soy la flamante dueña de un hermoso escritorio blanco dinamarqués el cual, espero, sea testigo e inspiración de muchos mas escritos por venir.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Renovaciones


Todo empieza con una decisión. Y tome la decisión de renovarme. Ahora bien, a grandes rasgos podríamos decir que hay 2 tipos de renovaciones complementarias y, hasta si se quiere, disparadoras la una de la otra: una interna y otra externa. La interna es la mas difícil de lograr por ser la mas abstracta. Esto es así porque no se trata de cosas tangibles a las que se les puede dar un martillazo y modificar en el acto, sino que atañe a cosas mucho mas sutiles como conceptos, ideas, pensamientos, sensaciones o estados emocionales. Al menos para mi modificar estas cuestiones internas me es infinitamente mas trabajoso que hacerlo con las de afuera. Así que como no esta en mis planes inmediatos agregar mas estrés a mi vida, por afuera empezaremos.

No voy a innovar con mi pelo porque es la única parte de mi aspecto físico con el cual estoy verdaderamente conforme (si, amo mi pelo, tengo un nivel de obsesión importante con mi pelo y no me incomoda en lo mas mínimo admitirlo. Es mas, a veces hasta me hace sentir orgullosa. Los otros días un compañero de trabajo me dijo “pero vos que haces de noche Paula? Dormís colgada del pelo que lo tenes siempre TAN lacio?”. Y sonreí estúpidamente todo el día). Respecto a mi guardarropa no se si llegaría al extremo de tirar todo y empezar de nuevo pero admito que una renovación no me vendría mal. El tema es que me gustaría hacerlo con algún tipo de guía objetiva que pudiera asesorarme. Secretamente desearía ser la “victima” de uno de esos programas donde unos estilistas entran a tu casa y, luego de menoscabar tu autoestima mostrándote lo ridícula que te ves en lo que vos crees son tus combinaciones ganadoras, te enseñan a vestirte y te renuevan absolutamente de la cabeza a los pies (les corto la mano si me tocan pelo, obvio). Pero como es muy poco probable que Benito Fernández toque a mi puerta (muero de un paro cardiaco), dejare el tema del guardarropa para otro momento.

No al pelo, no a la ropa, que me queda? Mi hogar. Vivo sola desde los 21 años y en mi haber cuento 5 departamentos (incluido el presente) que me han albergado en Argentina. Todos impecables, todos con toques muy personales pero todos dando la impresión de alguien que esta “de paso”. Rarísimo pero es como que nunca me quise comprometer demasiado a tener “cosas”. Nunca tuve una vajilla completa, nunca pude conservar plantas (infaliblemente todas perecían en mis manos), nunca tuve una mesa con sillas, nunca tuve una cama propiamente dicha. Sera que internamente siempre tuve  “una pata acá y la otra allá”. Siempre tuve la sensación que Argentina no era mi lugar, que en algún momento me tenia que ir. Y algo de eso había porque al fin y al cabo eso fue lo que hice.

Pero volví. Regresar a Argentina no hizo que inmediatamente pudiera relocalizarme en tiempo y espacio. Es mas, hasta antes de romper con Joon estaba convencida que en poco tiempo mas iba a volver a hacer las valijas. Por eso en mi departamento actual lo único que me pertenece (y padezco porque la saque en 12 cuotas y se me esta haciendo eterno) es la heladera. Todo el resto de mis (pocas) posesiones son prestadas.

Me canse. Ahora que se que estoy para quedarme es hora de renovarme y cambiar de formula. Por mas que suene a aviso publicitario quiero hacer de mi casa un hogar y ya empecé el pasado fin de semana.

Primero cambie de posición los muebles. Muchas opciones en un monoambiente no hay pero siempre se puede usar la imaginación. Tímidamente empecé a comprar algunos objetos de decoración en una casa con insólitos aires palermitanos del barrio (vivo en Villa Urquiza) y arrastre a mi incansable compañera de ruta citadina (mi santa madre) a vanguardistas casas de diseño en San Telmo en busca de mas objetos originales (los encontré pero eran exageradamente caros). Algo que realmente me hace falta no solo para vestir el ambiente sino por su utilidad en mi flamante incursión en el mundo narrativo (!) es un escritorio. Luego de buscar y ver muchos sitios en internet ya se como es el que quiero: blanco y  moderno. Estuve recorriendo varias casas de muebles estos días y ya creo haberme definido por uno que me cierra en precio, funcionalidad y diseño. Si todo me sale bien, este fin de semana lo resuelvo. Y así, de a poco, iré armando mi casa hasta convertirla en un espacio alegre, propio y que de la sensación de ser habitado por alguien que esta bien plantado en el aquí y ahora.

No se si todo esto sirva para algo. Si se que necesito encontrarme, necesito sentir a esta nueva Paula que pide salir a gritos. Y quien sabe, tal vez esta renovación externa me ayude a encontrarla al menos al entrar a casa.