Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

martes, 22 de enero de 2013

Mad(r)e in Japan


A los 4 años de vivir en Japón lo impensado ocurrió. Mi madre dio media vuelta al mundo y me vino a visitar. Hacia mas de 2 años desde la ultima vez que yo había podido volver a Argentina y, por ende, que no nos veíamos.

Pero antes de contar lo que fueron para mi las mejores semanas de toda mi estadía en la isla (lejos), permítanme decir unas palabras sobre mi madre.

Con mi madre tenemos una conexión especial. Una especie de lazo invisible que nos une. Algunos podrán juzgarme que nunca corte el cordón umbilical con ella. Me tiene sin cuidado. La relación que tenemos con mi madre la valoro muchísimo y me hace sentir muy orgullosa como hija y como adulta. Ahí esta, lo dije.

Mi madre es una mujer inteligente y discreta, medida en sus acciones y en su hablar. Ni muerto la vas a encontrar donde no debe. Si llega a enojarse con vos jamás te lo refregara en la cara, sino que te cubrirá con su solemne manto de mutismo lo cual es infinitamente peor. Lo bueno es que se desenoja fácilmente. Jamás levanta la voz porque odia el escandalo pero no le tiene miedo al ridículo (he sido y soy victima de ello) ni a las demostraciones publicas de afecto (y llénenme este casillero también).  Ha logrado en su vida todo lo que se propuso (salvo el ser cantante y haber nacido en Paris). Ahora que los años pasaron su mayor anhelo es convertirse en una “vieja sabia”. Yo creo que ya lo es (lo de sabia mami, viejos serán otros). A pesar que mi ida a Japón le causo mucho dolor, nunca dejo de empujarme a cumplir mi sueño de vivir en el Imperio del Sol Naciente. Un lema de ella para con sus hijos es “si vos sos feliz, yo también lo soy”. No es acaso extraordinaria esta mujer?

Su viaje fue épico desde los preparativos. Lo mas lejos que había llegado de Argentina era Brasil, pero en ningún momento la amedrentaron las 36 horas de vuelo y el transbordo de avión que la llevaran donde su hija. Mi madre no habla ingles y mucho menos japonés con lo cual el que viajara sola era un tema. La mejor forma que se me ocurrió de poder soslayar esta cuestión fue la de armarle una lista de palabras y frases en ingles con sus respectivas fonéticas. Recuerdo que se las hacia practicar por Skype. “A ver ma, jugo de naranja. Oransh yius, repetí” “Oransh yius” “Bien, muy bien” “Cuando la azafata te pregunte si queres pollo o carne te van a decir…” “Esta la se!”, me interrumpía, “chiken or mit” “Bien ma!”, la alentaba. Como buena hija obsesiva que soy la lista era bastante extensa (unas 4  carillas) y contemplaba todas las posibles situaciones durante el viaje en las que mi madre podría llegar a tener que interactuar con otro ser humano no hispanoparlante. Justamente como la lista era tan extensa, le tomaba unos minutos encontrar la frase adecuada. Pero a ella nada la acobardaba así que rápidamente se apropió de un latiguillo salvador que hasta incluía una pequeña representación teatral anticipándole a su interlocutor que su respuesta iba a estar un poco demorada. A cualquier pregunta que le hicieran en un idioma que no fuera su nativo español ella invariablemente respondía “Bueit!” (wait) al tiempo que extendía el brazo mostrando en forma vertical la palma de la mano. Luego hurgaba tranquila la respuesta entre sus hojas.

Su vuelo hacia escala en Australia y confieso que tenia pavor que mi madre quedara perdida en el éter aeronáutico. Ella se reía ante esta posibilidad y solo decía “si me pierdo, no me busquen, ja!”. En Sydney, mientras esperaba su conexión, la detuvieron para verificar que no llevara drogas. Ni de casualidad se me había ocurrido esta posibilidad y por ende no estaba en mi minuciosa lista. No se como lo hizo pero presa no fue.

La fui a recibir al aeropuerto de Narita, en Tokyo, y transpire sudor frio hasta tanto no la vi atravesar las puertas de la terminal de arribos. Mi madre, con sus 2 valijas sobre un carrito de aeropuerto salió de lo mas absorta en conversación con una argentina descendiente de japoneses al punto tal que creo no me registro hasta que nos encontramos a medio metro de distancia. “Hola!”, me dijo muy canchera. “Estaba de paso, vi luz y entre”, falto que agregara. Recién ahí pude dar rienda suelta a mis emociones y me arroje a sus brazos mientras que reía y lloraba al mismo tiempo. Los japoneses que nos rodeaban, no acostumbrados a manifestar al aire libre (o dentro de sus casas, que para el caso es lo mismo) sus sentimientos, nos miraban absortos. Algunos nos sacaban fotos.

Pasamos la primer semana en Tokyo hospedadas en un hostel. La habitación era para nosotras solas y dormíamos en una cama marinera, yo arriba y ella abajo. Esos primeros días fueron surreales. Recuerdo que de noche me despertaba y la miraba dormir solo para constatar que no era un sueño, que mi mama realmente estaba conmigo en Japón.

Nunca viví en Tokyo pero es una ciudad que me fascina por lo que la conozco bastante. Así que la lleve a recorrer los lugares mas emblemáticos que, en una ciudad como Tokyo, son inagotables. Caminábamos desde que nos levantábamos hasta el anochecer, salvo por breves escalas para comer. A mi madre todo la fascinaba y se dejaba llevar como una niña. Era tal su afán por comunicarse con los japoneses que les hablaba en español, despacio, haciendo pausas entre silaba y silaba (como si eso hiciera de su español una lengua menos irreconocible a los oídos nipones). “Pero, ma! Por mas que les hables modulando tus palabras, no te van a entender” “No importa, yo si les entiendo y vas a ver que ellos a mi también”. Y no había forma de convencerla de lo contrario. Opte por desistir y “dejarla ser”. Una noche, de regreso de una de nuestras caminatas, llegamos al hostel y, como de costumbre, el japonesito de la administración nos saluda profusamente (reverencia incluida). Yo note un soplo de satisfacción en la cara de mi madre pero no le di mayor trascendencia y llame al ascensor. Mi madre subió en silencio, claramente absorta en sus pensamientos. Casi llegando a nuestro piso me mira fijo y abriendo bien los ojos, levanta su dedo índice aleccionador (con mis hermanos creemos firmemente que fue directora de escuela en otra vida) y me dice: “Viste que bien el chico?” “Que chico ma?” “El de la administración, viste que bien?” “No… no se a que te referís…” “Que nos saludo!” “Ma, siempre nos saluda” “No! Pero esta vez nos saludo en ITALIANO!” “Que???” “No escuchaste? Nos dijo “come va?”” “Que dijo que?” “C-o-m-e v-a. Para mi porque nos vio caras de europeas” “No, madre, nos dijo “konbanwa” que en japonés significa “buenas noches””. Solo en la creativa cabeza de mi madre el italiano y el japonés se fusionan pero era tal su satisfacción porque finalmente había podido comprender lo un japonés le decía, que es el día de hoy en que no me atrevo a convencerla de lo contrario.

Uno de los lugares mas imponentes de la ciudad es el Foro Internacional de Tokyo. Una sala de exposiciones y conciertos y centro de conferencias. Desde el exterior parece un barco alargado construido casi únicamente por cristales y vigas de acero con pronunciadas curvas. Como su nombre lo indica es un “Foro” (“Forum”, en ingles) y en ese momento se estaba llevando a cabo uno. El mismo era publicitado mediante gigantografias que envolvían las gruesas columnas del exterior del edificio. Mi madre que lo leía todo, absolutamente todo lo que encontraba escrito (en letras romanas, por supuesto), se detiene frente a una de las columnas y me pregunta “Que significa Orumfo?” “Orumfo?”, respondo taciturna, “De donde lo sacaste ma?” “De ahí, esos afiches no dicen o-r-u-m-f-o?” “Orumfo? Orumfo? Donde ma?” “Los afiches pegados es las columnas” y con el índice extendido ya sobre uno de los afiches me deletrea “O-r-u-m-f-o” “No, ma! Estas leyendo mal! La palabra es f-o-r-u-m y se repite una y otra vez f-o-r-u-m-f-o-r-u-m-f-o-r-u-m todo alrededor de la columna, ves?”. Y nos tiramos al piso de las carcajadas. Los japoneses comenzaron a sacarnos fotos nuevamente.

Cuando casi por casualidad surgió la posibilidad que mi madre viniera a Japón a visitarme no logre tomar real dimensión de lo que la experiencia iba a ser para mi. Estuvimos “como pan y mantequilla”, como a ella le gusta decir, durante 6 semanas. Su partida fue devastadora y desde aquel momento Japón no fue el mismo. Un año mas tarde yo estaría definitivamente de regreso en Buenos Aires.

sábado, 19 de enero de 2013

El idioma japonés

El Ministerio de Educación de Japón (generoso ente benefactor al cual debo mis 5 años de estadía en ese país) establece que todos aquellos becarios que no dominen el japonés deben pasar sus 6 primeros meses en Japón estudiando el idioma. A priori, una disposición potencialmente provechosa.

No es para mandarme la parte pero, a diferencia de muchos (sorprendentemente muchos) otros becarios, no aterrice en Japón desprovista de todo conocimiento del idioma. No señor. Al postularme a la beca acarreaba mis años de quemarme las pestañas estudiando japonés. Verán, es que para los indoeuropeo parlantes es absolutamente imposible aprender japonés por osmosis. Ya se que ningún idioma se aprende por osmosis per se pero, me imagino yo, que después de pasar unos meses, por ejemplo, debajo de la Torre Eiffel comiendo croissants o tomando te frente al Big Ben uno puede mas o menos llegar a darse a entender en francés o en ingles. Bien, de ninguna manera esto ocurre con el japonés por la simple razón que su fonética y estructura gramatical nos son completamente ajenas a los occidentales.

Inmediatamente luego de llegar a Japón, cuando uno aun no termina de entender si aterrizo en Marte o si todavía esta en el planeta tierra, los becarios son sometidos a un riguroso examen de nivelación a fin de separar las aguas. Al menos en la Universidad de Kyoto, universidad a la que yo asistía, uno podía ser clasificado en (de menor a mayor) nivel A, B, C o D y a su vez dentro de cada uno de estos en principiante, intermedio y avanzado. Un dejo de orgullo corrió por mis venas cuando me informaron que me había ganado un lugar en el nivel D, intermedio. Pero pronto la cruel realidad se encargaría de hacerme pagar semejante petulancia.

El nivel D era el único de los niveles donde los alumnos asistían a un colorido popurrí de clases, a saber: gramática, composición, comprensión de textos, conversación, ideogramas, para nombrar solo algunas.

Recuerdo el primer día del curso. Gramática por la mañana y conversación por la tarde. Y eso es todo lo que puedo decir de ese día. Literalmente no tengo ni la mas remota idea de cuales fueron los temas tratados en esas clases. Podrían haber estado hablando de la floración de sakura o revelando secretos de estado que para mi era absolutamente lo mismo. Es mas, no se que era peor. Si los profesores hablando a velocidades que no puedo reproducir ni siquiera en castellano o mis compañeros (la amplia mayoría asiáticos) haciendo acotaciones y asintiendo con la cabeza a lo que los profesores decían. La situación era realmente desesperante. Salí de esa primer clase totalmente abatida. Me quería cortar las venas con un sushi. No habré estado estudiando mongol todo este tiempo?, me cuestione.

A riego de ser deportada del país por desacato, expuse mi situación a las autoridades de la universidad implorando el cambio de nivel. La respuesta que obtuve fue “Su nivel ha sido determinado por los resultados de su examen” “Si, pero el punto es que capto el 10% de lo que se habla en las clases y el nivel de mis compañeros es claramente superior al mío”. Luego de un breve debate entre ellos me respondieron “Pues entonces deberá esforzarse mas, Paula-san”. Gente paternal los japoneses, pensé.

Mas tarde, japoneses mas piadosos me explicaron que toma un tiempo acostumbrarse a la fonética, entonación, ritmo y gesticulación del lenguaje pero que pronto todo eso decantaría por si solo. Asimismo me advirtieron que jamás debía compararme con otros chicos asiáticos ya que para ellos el aprendizaje del japonés es mucho menos traumático. Japón comparte con China los mismos ideogramas, lo que hace que puedan comprender un texto aunque no puedan leerlo, mientras que el japonés y el coreano pertenecen a la misma familia lingüística, por lo que su fonética y estructura gramatical es muy similar. Estos argumentos si bien mitigaban parcialmente mi abatimiento, en ningún momento reprimieron mi profundo deseo de decapitar a cualquier chino o coreano que respondiera correctamente en las clases.

Lejos, era la peor del curso pero digamos que de lunes a jueves mas o menos la piloteaba.  La hecatombe devenía los viernes con la clase de composición. La profesora era una inflexible japonesa de no mas de 1 metro y medio de altura que tenia el poder de socavar profusa e impunemente cualquier vestigio de dignidad que hubiera acumulado en la semana. Yo era la primera en llegar a sus clases con el único fin de procurarme el asiento mas alejado del pizarrón esperando así pasar desapercibida a los ojos de la nefasta sensei. La estrategia nunca me funciono. La mujer tenia el “Paula-san” implantado en el cerebro e invariablemente era el primer nombre que articulaba ya sea para llamar a contestar alguna pregunta o hacer leer un texto en voz alta. Odiaba profusamente sus clases.

Con el correr del tiempo, el japonés dejo de ser un ruido carente de significado y las palabras comenzaron a transformarse en conceptos reconocibles. Incluso adquirí gestos y posturas japonesas al interactuar con otros como ser la leve inclinación del tronco hacia delante al saludar o el entregarle algo a alguien con ambas manos. En Japón me hice muy amiga de otro becario mexicano que me hacia reír mucho y cuando me sorprendía gesticulando de este modo me decía “Me lleva la chingada Paulita! Que te me estas pareciendo mas y mas a esta gente! Sabes que lo tuyo es un camino sin retorno, no?”. Y en parte lo fue.

lunes, 14 de enero de 2013

Hoppanman

Durante mi primer año en Japón, a los pocos meses de estar saliendo con Joon, mi ex coreano, su mejor amigo de toda la vida vino directo y sin escalas a visitarlo. Lo que en un principio iba a ser solo un par de meses se fue extendiendo en el tiempo y termino por convertirse en un par de años.

Estoy segura que en algún momento me habrán dicho como se llamaba este chico pero mi incapacidad innata para retener nombres hizo que rápidamente le tuviera que buscar un apodo. Así fue que lo bautice Hoppanman. Hoppanman es el nombre coreano de Anpanman, el personaje principal de una de las series de anime japonés mas populares en todo Japón. Su nombre viene del hecho de que él es un hombre (man) con una cabeza hecha de pan (pan, en japonés – si, se dice igual) relleno de pasta de poroto rojo (en japonés, an). Anpanman no necesita comer ni beber para mantenerse a sí mismo ya que se cree que el relleno de su cabeza le da sustento (solo los japoneses pueden crear un personaje tan bizarro). Es un superhéroe que lucha por la verdad y la justicia y arranca pedazos de su cabeza para darle de comer a los pobres lo cual es un tanto perturbador por no decir completamente repugnante. Cuestión que este chico se parecía mucho a este personaje y el apodo le quedo.

La relación con Hoppanman estuvo mal parida desde el principio. Partamos de la base que nunca nos pudimos comunicar mas que por señas. El flaco no hablaba ni ingles ni japonés y como yo no hablo coreano ahí se extinguían todas mis posibilidades comunicativas con el. Esta incapacidad de comunicación era bastante frustrante para ambos aunque, a decir verdad, a ninguno de los dos nos quitaba el sueño. El malestar era mutuo, una cuestión de piel, diría yo. Al el no le agradaba yo y viceversa. No puedo decir que el flaco me tratara mal sino mas bien que no hacia ningún esfuerzo por congeniar conmigo. Para abreviar, me ignoraba por completo.

Joon y yo teníamos en Japón un auto el cual habíamos comprado a medias. Una camionetita Suzuki azul de dos puertas. Como por ese entonces Hoppanman se había instalado con Joon en la habitación de la residencia universitaria en la que vivíamos, fuéramos donde fuéramos Hoppanman venia con nosotros. Yo, para no ser descortés, lo dejaba ir adelante con su amigo y me sentaba en el asiento de atrás. Joon manejaba y Hoppanman y yo nos sentábamos del lado del acompañante. Esto hacia que para subir al auto el me tuviera que dejar pasar primero para que me sentara atrás y luego para bajar debía al menos esperar a que bajara del auto para cerrar la puerta. Bien, en mas de una oportunidad (mas de una), cuando llegábamos a destino, bajaba del auto abstraído en su conversación con Joon y sin siquiera esperar a que me sacara el cinturón de seguridad, daba un portazo a la pobre Suzuki dejándome encerrada adentro.

Otra de las cualidades que hacían de Hoppanman un ser entrañable era que, como todo asiático, fumaba que daba calambre. Puedo tolerar el olor del cigarrillo en la ropa de un fumador pero si hay algo que me saca completamente de quicio es que se me impregne el olor al cigarrillo en mi ropa o, peor aun, en mi pelo. Por esta razón, amablemente le había pedido a Hoppanman que tuviera la deferencia de abstenerse de fumar en nuestro auto, especialmente durante la época invernal cuando las ventanas permanecen carradas. Jamás hizo acuse de recibo de mi petición lo cual hacia de nuestra pobre Suzuki un habitáculo irrespirable y un cementerio de paquetes vacíos y colillas de cigarrillo.

Estos comportamientos de Hoppanman me enfurecían terriblemente y si de verdad hubiera sido el dibujito de anime japonés, le habría arrancado un pedazo de cabeza con mucho gusto para darle de comer a los mas infortunados.

Hoppanman convivio entre nosotros 2 o 3 años (una eternidad). No llore cuando se fue y estuve tentada de regalarle un vaso con leche de recuerdo por su estadía en Japón.

sábado, 12 de enero de 2013

Demografía japonesa

Los demógrafos (gente que la tiene muy clara en cuestiones demográficas) clasifican a la pirámide poblacional de Japón como “regresiva”, esto es, hay mas viejos que jóvenes. Y como si fuera poco sentencian “se espera que para el 2030, la población japonesa de más de 65 años de edad represente un 25.6% del total de habitantes”, lo que no es un dato menor. A mi, Primer Ministro de Japón, me sacaría en sueño. No hay que ser catedrático de Harvard para entender las razones que subyacen a esta realidad: los japoneses viven mas que Matusalén y no dan intervención a sus parejas en la satisfacción de sus instintos carnales (lo que ha engendrado una lucrativa industria pornográfica, pero este es un tema para otra entrada).

Dicen los que saben, que la razón que subyace a la longevidad del pueblo nipón es su sana alimentación. Y si de alimentos sanos se trata, los japoneses no se cansan de exaltar las bondades del natto, que consiste en poroto de soja fermentado. Lo consumen principalmente en el desayuno pero lo he visto también como acompañamiento en los almuerzos. Si la descripción del natto suena de por si repugnante, el sabor y el olor son infinitamente mas inmundos. Aún así no hay japonés que se resista a la tentación de instar a que un extranjero saboree este milagro culinario.

Recuerdo mi primer viaje a Japón (me fui sola de mochilera a recorrer el país durante un mes). Una encantadora familia amiga me invito una noche a quedarme a dormir en su casa. Me llenaron de atenciones y regalos a tal punto que me sentí como si fuese la reencarnación misma de Buda. A la mañana siguiente estaba lista para firmar el acta de adopción. Hasta que me enfrente a la mesa del desayuno. Y ahí lo vi. El legendario natto del que hasta ese momento solo había leído en libros de viajeros, me estaba mirando con desafiantes ojos color fermento. “Es muy muy bueno para la salud, Paula-san”, me decían y hacían ademanes para animarme a comer. Paralizada, los contemplaba enroscar los hilos de fermento en sus palitos y llevárselos a la boca. La repugnante escena y el penetrante olor nauseabundo del natto me despojaron de cualquier deseo de ingerir alimento alguno. “Gracias, solo café para mi, por favor”, amablemente conteste.

Durante todo el viaje tuve la cámara adosada al cuerpo y, como poseída por el espíritu de Nikon, le sacaba fotos a prácticamente cualquier cosa. Hasta que me percate de algo: “donde están las embarazadas y los niños pequeños en este país?”. Y fue entonces que decidí comenzar a documentar estos furtivos encuentros. De las 3000 fotos que traje de Japón, debo tener algo así como 2 de mujeres encinta y de una de ellas aun hoy estoy en duda (creo que a la pobre solo no la favoreció el ángulo). Y algo similar ocurría con las criaturas. Si bien era considerablemente mas habitual toparse con un japonesito por la calle no abundaban y muy rara vez se los veía en grupo. Temiendo el encarcelamiento por sospecha de depravación, contuve mi fascinación por los niños japoneses y solo les tome algunas fotos. Al día de hoy aun no puedo identificar cual es mi favorita.

No se muy bien a que se debe mi debilidad por los niños asiáticos. Sera que me rememoran mi propia infancia cuando mi madre me apodaba “chinita” por mis ojos rasgados. De grande fui perdiendo mi encanto asiático (entre otros) y si no fuera por mis desproporcionados segundos dedos del pie, antiestético estigma heredado de mi padre, hace rato que habría pedido explicaciones al tintorero del barrio.

martes, 8 de enero de 2013

Problemas geográficos

Tengo un serio, serio problema con la geografia urbana. Ciertos puntos de la ciudad son verdaderos Triángulos de las Bermudas que tienen el poder de hacer que pierda completa y vergonzosamente el sentido de la orientación. Ocurre principalmente cuando el habitual trazado cuadricular de las calles es alterado, por ejemplo, por arbitrarias diagonales las cuales, estoy convencida, fueron diseñadas de esa manera con el único propósito de dificultarme de sobremanera la llegada a destino.

Recién llegada de Japón justificaba mi desorientación con el desgaste natural que 5 años de vivir fuera del país habían hecho en mi memoria poco prodigiosa. Pero a 2 años de estar de vuelta en la ciudad que me vio nacer y crecer debo reconocer que lo mío es un verdadero problema y paso a ejemplificar.

Hoy debía pasar por el departamento de mi hermana a regar las plantas en su ausencia. Ningún problema. Siendo que literalmente vivimos a 5 cuadras de distancia me quedaba de camino a casa. Llego con el subte a la estación Los Incas y casi automáticamente empiezo a caminar. No tenia dudas de hacia donde me dirigía puesto que  muchas veces había hecho el recorrido. Me advierten de mi llegada a destino la obvia intersección de las calles pero mas que eso el inconfundible epígrafe en una de las paredes de la esquina de la casa de mi hermana donde un novio despechado o ferviente admirador hace alusión a las practicas amatorias de una tal “Celeste”. Llegar llego sin inconvenientes. Puedo llegar a vacilar unos minutos o incluso desviarme un par de cuadras a la hora de retomar el camino a casa pero finalmente logro encaminarme. El verdadero problema se presenta cuando, como hoy, cambio el recorrido y decido pasar, por ejemplo, por el chino que queda a mitad de camino entre lo de mi hermana y yo. Ahí ya pierdo todo sentido de la orientación y no hay punto de referencia que me sirva como guía. Y todo por la maldita Av. Álvarez Thomas que justo a esa altura corta diagonalmente el barrio del Villa Urquiza. Camine unas cuantas cuadras de mas hasta que finalmente llegue a lo del chino. Estaba cerrado. Lo maldecí en mandarín.

Ahora bien, si me cuesta orientarme en mi ciudad natal, una ciudad donde todas sus calles tienen nombre y altura, complicados por no decir terriblemente arduos fueros mis primeros tiempos en Japón donde las calles carecen por completo de nombre y numeración. Verán, ocurre que en Japón las calles son simplemente el espacio vacío entre manzanas, no tienen identidad alguna. No es que los japoneses vivan en un limbo postal sino que utilizan un sistema diferente para estructurar sus ciudades. En Japón las direcciones están compuestas de 3 números: el primero indica el distrito, el segundo la manzana, y el tercero el edificio o casa dentro de la manzana. Como si esto no fuera un infierno en si mismo, las calles alejadas centro parecen haber estado diseñadas por algún japonés que albergaba un manifiesto resentimiento hacia sus compatriotas. Zigzaguean caprichosamente, se cortan en lugares insospechados, salvo las avenidas carecen de veredas y, en su gran mayoría, son de doble circulación pero demasiado estrechas como para posibilitar el trafico en ambos sentidos. Las caprichosas formas de las calles niponas son un reto en si mismas y, doy fe, desconciertan hasta a los japoneses mas experimentados.

Pregúntenle a un japonés cómo llegar a un lugar y las indicaciones que recibirán se limitaran a informarles los minutos que se tarda a pie desde algún punto de referencia como ser un centro comercial, un edificio emblemático o la estación de tren mas cercana.

Recuerdo mi primer experiencia en intentar ubicarme en Japón. Fue al segundo o tercer día de haber llegado, cuando tu organismo todavía no termino de procesar las 36 horas de vuelo y las 12 horas de diferencia que hay con Argentina.

Entre los innumerables tramites que hay que realizar como estudiante internacional al ingresar a Japón esta el concurrir a la municipalidad mas cercana para solicitar algo así como el DNI para extranjeros. Los japoneses no dejan nada librado al azar y todo esta meticulosamente detallado. Así fue como de la oficina de estudiantes internacionales de la universidad recibimos prolijas instrucciones de cómo, cuando y donde hacer el tramite. Para mi desconcierto y pánico no había en la hoja ninguna otra indicación de cómo llegar mas que la estación de tren mas cercana, los minutos a pie que se tardaba en llegar y 3 grupos de números que en ese momento visionariamente juzgue de totalmente inservibles ya que nunca lograron cobrar ningún sentido a lo largo de toda mi estadía en Japón. No tengo ni la menor idea de cómo llegar, pensé, mientras con horror me percataba que tenia hasta ese mismo viernes a las 3 de la tarde para realizar el condenado tramite. Un grupo de estudiantes rusos a los que les informaron de la necesidad de realizar esta gestión en el mismo momento que a mi, me invitaron a ir con ellos el lunes siguiente. Era viernes y, me explicaron, ellos empiezan a tomar vodka en el desayuno con lo cual no podían garantizar su postura vertical pasado el mediodía. Ante el temor de ser expulsada del país por el mismísimo emperador si dejaba el tramite para la semana entrante, en mi mejor ruso decline amablemente su ofrecimiento, junte coraje y me fui sola.

A la estación de destino llegue relativamente sin problemas y con tiempo mas que necesario antes que la municipalidad cierre (1 hora). Las instrucciones decían “caminar 20 minutos hacia el norte”. Creo que ni con una brújula encuentro un punto cardinal pero me rehusaba estoicamente a solicitar ayuda primero porque no había mucha gente deambulando y segundo porque me daba mucha vergüenza mi japonés prehistórico. Camine en vano como por 20 minutos buscando alguna indicación, algún cartel, ALGO que me diera un indicio de hacia donde podía estar la bendita municipalidad. Pero nada.

Después de dar muchas vueltas, cansada y un tanto alarmada por el tiempo transcurrido, decidí pedir ayuda a la primera persona que apareciera. Mi primer intento fue con una japonesa que venia de hacer las compras a juzgar por la cantidad de bolsas de supermercado que acarreaba. “Perdón señora…”, la encare tímidamente, pero debería de tener problemas de audición porque me paso como poste, para hablar mal y pronto. Tengo que hablar mas fuerte, reflexioné. En eso veo un japonés de traje que caminaba apurado para llegar a algún lado. Que suerte, va a la municipalidad como yo, pensé. “Perdón señor…” solo atine a decir y el hombre me saco como una cuadra de distancia sin siquiera darse vuelta para verme. Blasfemando contra mi primitivo japonés veo que se acerca una chica con una nenita de la mano. “Perd…” y eso fue todo lo que logre balbucear. Al ver que me acercaba la chica había alzado a la nenita en brazos, había cruzado la calle y ahora se alejaba casi al trote por la vereda contraria. Tiempo después fui informada que en las afueras de las ciudades que no son muy cosmopolitas (como Kyoto, por ejemplo, donde yo residía) los vecinos no están acostumbrados a toparse con extranjeros y, ante el temor que les hablen en ingles y no poder contestar, prefieren escabullirse sin saber que lo hacen sentir a uno para el mismísimo ojete.

Me dejé caer en un banco. Mire la hora. Tenia 20 minutos para llegar a la municipalidad y así evitar mi deportación definitiva. Con la mirada fija en la hoja con las instrucciones empecé a sentir como se me cerraba la garganta, se me aceleraba el corazón y se me acumulaban los fluidos en la comisura de los ojos. Oficialmente estaba entrando en pánico. Cuando estaba a punto de romper en llanto escucho algo en un japonés totalmente inteligible. Levanto la vista y veo una viejita de como 150 años parada al lado mío con la mano extendida. Me estaba ofreciendo un pañuelo. Le hago señas de que no, gracias, y antes que pudiera decir nada la viejita se sienta al lado mío y me señala la hoja con las instrucciones. Me vuelve a decir algo y maldecí no haberle dedicado mas horas al estudio de esta lengua.

En eso la viejita se para y me hace señas que la siga. No tenia mucho mas que perder así que la seguí. Mientras caminábamos la viejita me seguía hablando. Yo solo atinaba a afirmar con la cabeza lo que decía. Podría haber estado haciéndome las propuestas mas indecentes que a todo yo le respondía con un involuntario “si”. Ya no me importaba nada. Total, en un par de días mas me expulsarían de Japón junto a mis amigos rusos. Cuando empezaba a amigarme con la idea de estar desayunando con vodka en alguna plaza de Moscú, la viejita se detiene. Me vuelve a decir algo y apunta con su dedo índice hacia un edificio. La municipalidad! Esta santa mujer me había llevado hasta la municipalidad! No tenia palabras (literalmente) para agradecerle. La hubiera abrazado si no habría sido porque sabia que los japoneses son un tanto reacios al contacto físico (les desagrada de sobremanera).

Me despedí de la viejita con una reverencia de 180 grados y entre corriendo a la municipalidad. Llegue 5 minutos antes que cerrara y pude hacer mi tramite.

Desde ese momento comprendí que en Japón no se podía salir a la calle sin un mapa. Esa misma tarde me tatué uno en la mano. Nunca supe de la fortuna que corrieron mis amigos soviéticos. En lo que respecta a mi, nunca mas me perdí.