Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Migraciones


Vivo en Capital Federal, en el barrio de Villa Urquiza, y por esas jocosas chanzas del destino mi actividad laboral se desarrollo en Burzaco, al sur del Gran Buenos Aires. Esto hace que tenga que recorrer 80km a diario para ir y venir del trabajo. Entiendo que para el ojo inhabituado a las dimensiones y distancias en nuestra ciudad 80km no es mas que un inexpresivo numero. Por eso expresémoslo de otro modo. Consumo 5 horas de mi día para trasladarme de mi casa a la oficina y viceversa. Ahora la cosa toma otro color, verdad? 5 horas diarias no es moco de pavo. Es 1 día de mi vida por semana que pierdo solo viajando. Dios! Nunca me había percatado de semejante atrocidad! Muy poco oportuno el momento para hacerlo, por cierto, puesto que no es una conclusión muy motivadora que digamos a la cual despertar un domingo por la tarde en los preludios de una nueva jornada laboral.

En fin. Este tema de la distancia es sin lugar a dudas una realidad soberanamente desmotivante de mi actual trabajo. Debo utilizar 2 y en ocasiones 3 distintos medios de transporte (colectivo, subte y combi) para llegar a destino. Familiares y amigos con las mejores intensiones (Dios los bendiga a todos ellos) me han tratado aconsejar respecto a como poder pasar mejor/aprovechar ese tiempo “muerto”: “Podes leer, escuchar música, escribir, o simplemente disfrutar del paisaje”. Sugerencias validas todas ellas, sin lugar a dudas. De hecho me cruzo a diario con mucha gente en los medios públicos de transporte compenetrada en estas actividades. Y todos sin excepción son merecedores de mi mas sincera admiración y profundo respeto.

Ocurre que para mi estas aparentes simples y relajantes actividades constituyen todo un reto. Verán, por mas que lo intente mi nivel de concentración sobre un texto en un medio publico de transporte no puedo mantenerlo por mas de 4 o 5 renglones. Suele interrumpir abruptamente mi lectura, por ejemplo, la irrupción de un profundo sentimiento de resentimiento por mis compañeros de viaje que, habiendo subido al colectivo repleto en la misma parada que yo, logran sentarse antes de llegar a primer semáforo. Es conocida la efectividad de la música para aquellas personas que desean alejarse de las preocupaciones diarias y relajar su cuerpo y mente. No soy ajena a estos beneficios de la musicoterapia pero, no me pregunten por que, la música produce en mi curiosos efectos secundarios como ser una incontenible necesidad de experimentar la libertad. Por esa razón, ante el temor de terminar correteando patos en el lago del Planetario, evito escuchar música antes o después de ir a trabajar. En lo que atañe a la escritura, puedo llegar a esbozar en el iPhone algunas ideas que tenga rondando en la cabeza pero esta actividad dura apenas unos pocos minutos ya que generalmente mi ingenio no es muy prolifero en las mañanas y mucho menos luego de una intensa jornada laboral. Respecto al disfrute del paisaje, bueno, digamos que vistas del centro porteño, las autopistas de la ciudad o el Camino de Cintura no son postales que tendría colgadas en la puerta de mi heladera. Por ende que es lo que hago durante mis migraciones diarias? Me entrego sin reparos ni remordimientos a los brazos de Morfeo, uno de mis dioses griegos favoritos sobre todo en las tempranas horas del día.

Ahora bien, alguna que otra vez me ha pasado de observar entre sueños, no sin odio hacia Morfeo y toda la mitología griega, como las puertas del subte se cerraban en la estación en la que se suponía debería haberme bajado. Esto implicaba tener que componerme rápida pero elegantemente para salir de mi estado de sopor sin llamar demasiado la atención y emprender una demencial carrera contra el tiempo a fin de no perder la conexión a la única combi que me deja en horario y a una distancia prudencial del trabajo (no todas hacen el mismo recorrido). Por supuesto que si pierdo la combi que tomo habitualmente otras vendrán detrás pero ocurre que la empresa de mini turismo en cuestión no es muy sensible a las necesidades de su publico cautivo y por ende la frecuencia de sus vehículos no es un tema que les quite el sueño.

En mis ya casi 2 años de estar haciendo este trayecto algunos secretos he descubierto respecto al transporte dentro y fuera de la ciudad. Como, por ejemplo, que por mas infructuoso que parezca hay mas posibilidades de llegar a sentarse en el colectivo manteniéndose firme junto a un asiento ocupado que andar cambiando aleatoriamente de lugar (lección que aprendí de la manera mas cruel); o que por mas que se este en la estación terminal si uno no se para justo delante de donde abrirá la puerta del subte las chances de viajar sentado disminuyen considerablemente; o que el mejor lugar para sentarse en la combi es en el 3er asiento de la fila de 1, lo suficientemente lejos de las molestas conversaciones entre el chofer y los pasajeros deseosos de conversación y justo entre las ruedas delantera y trasera, donde la estabilidad del vehículo es mayor. Toda esta es información adquirida de primera mano y por mas ingenua que suene no hay día que no la ponga en practica. Y bienvenida sea si logra hacer de mis modestas migraciones diarias experiencias un poco mas gratificantes.

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