Antes y después del Imperio del Sol Naciente.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Mi flamante escritorio blanco dinamarqués


Estimados lectores, es un gran placer anunciar que esta entrada esta siendo producida desde la comodidad de mi flamante escritorio blanco dinamarqués.

Así es, el sábado pasado arrastre nuevamente a mi incansable compañera de viaje y madre hasta las afueras de la ciudad (así suena como mas épica la travesía aunque en realidad fuimos hasta literalmente a 1 cuadra del otro lado de la Gral. Paz) a adquirir el susodicho mobiliario. No había mucha gente en el lugar con lo que dar con un empleado que pudiera auxiliarme no fue difícil. Le indico al muchacho cual era el escritorio que quería y le informo que, como no tenia vehículo, deberían enviármelo a casa. Ningún problema. El centro comercial también ofrece el servicio de armado de muebles en domicilio lo cual considere una prestación de primer necesidad en ese momento. Entonces le digo al chico “ah! Y también quiero que me incluyas el armado”. E inmediatamente advertí como se formaba una mueca burlona en la comisura de sus labios que me hizo sentir muy poco perspicaz por no decir completamente inútil. “Mira que es muy fácil de armar, he? Solo necesitas un destornillador. Es importado, dinamarqués, esta muy bien hecho. Viene con un manual de instrucciones muuuuuy básicas. Sabes leer, no?” – falto que agregara. Como no me amedrento ante los retos y con el orgullo herido le respondí corajudamente “Envolvérmelo para regalo y mándamelo a casa”.

Domingo. 12:30 del mediodía. Riiiing, “del flete, señora” (odio que me digan “señora”!). Llego a planta baja y el fletero deposita en la entrada las 2 cajas que contenían mi escritorio en partes. La primera de las cajas, liviana pero incómodamente grande, que contenía las patas de aluminio, no me ocasionó mayores problemas para arrastrarla hasta el ascensor. La segunda, de engañadoras proporciones mas pequeñas, y conteniendo las partes de madera, era infinitamente mas pesada. En ese momento empecé a sospechar que tal vez la idea de hacer esto sin ayuda no había sido una decisión tan inteligente. Pero recordé la mueca burlona del vendedor y rápidamente recupere el coraje que por un instante parecía haberme abandonado.

Ya en el departamento abrí las cajas y con meticulosidad japonesa desparrame el contenido en el piso. Ciertamente había un manual y ni bien lo abro me encuentro con la primer sorpresa. Elementos necesarios: un destornillador – tengo – y un martillo – ups! no tengo (y recordé no sin odio las palabras del vendedor “solo necesitas…”). No tenia martillo. El martillo mas cercano se encontraba a 10 minutos de colectivo – la casa de mis padres. Pero siendo domingo al mediodía y con 32 grados de calor afuera, el salir de casa, ir hasta la parada, esperar el colectivo por una eternidad, y hacer lo mismo para volver, no era un plan muy emocionante, con lo cual empecé desesperadamente a hacer uso de mi imaginación. Cual versión sudamericana de Mac Gyver recorrí el departamento en busca de algún objeto que pudiera hacer las veces de martillo. Probé varias alternativas (una lata de aceite en aerosol - estaba desesperada -, un jarrito hervidor, una sartén) y lo mas contundente que encontré fue una vieja maceta de una planta que esperanzadamente mi hermana me había regalado hace tiempo y que yo me encargue de marchitar en menos de un mes. Envolví la maceta en un repasador y ya estaba lista para enfrentar mi desafío dinamarqués.

El fabricante identificaba a las partes con simples letras (A, B, C…) pero luego usaba complejas combinaciones alfanuméricas innecesariamente largas (de 7 cifras) para referirse a los clavos, tarugos y tornillos. Gente extraña los dinamarqueses, pensé.

El manual profesaba que en 12 simples pasos uno podía perfectamente ensamblar y comenzar a disfrutar del mueble. Doce pasos, a 10 minutos por paso – siendo condescendientes – como mucho en 2 horas debería estar culminada la tarea. Sencillísimo. 

Me tomo 4 horas y media, mucho sudor y una mano chamuscada terminar de armar la maldita cosa. Pero me sentí realizada al verlo erguido en medio de mi monoambiente.

Aun no logro encontrarle el lugar adecuado en el departamento. Una vez leí que los ambientes mas difíciles de decorar son los ambientes únicos y el mío no es la excepción. Pero no importa. Es cuestión de hacerse de un tiempo y jugar con los muebles como si fuesen Rastys (alegorías como estas delatan tristemente mi edad).

Tarde el doble de tiempo del esperado pero me siento orgullosa de mi perseverancia e ingenio. Ahora soy la flamante dueña de un hermoso escritorio blanco dinamarqués el cual, espero, sea testigo e inspiración de muchos mas escritos por venir.

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